jueves, 21 de febrero de 2013

UNA MODESTA PROPOSICIÓN


Independientemente de sus naturalezas o de sus tendencias profesionales con respecto al dinero de la gente, a los políticos siempre les pasa algo relacionado con los chorizos. En la actual situación económica, por ejemplo, si no te puedes comer un político, su sola presencia lo único que provoca es salivación en balde, irritación, úlcera... Y hambre. Sobre todo, hambre. Porque estaremos de acuerdo en que si te enseñan un chorizo, o un debate de chorizos, y no te lo puedes comer, lo que te provoca es mucha hambre. Hambre inducida por la actividad del chorizo, que tiene en su ser la negligencia del colesterol o su propia pasividad de embutido: la ontología de su presencia provocadora en cualquier mesa o parlamento. Pero es que están los chorizos y luego lo que se dice de los chorizos incesantemente: el agobio de la metacharcutería. La descripción del pieza, de la pieza, del plato, también hace salivar a la ciudadanía una cosa mala en el menú diario de los periódicos, de las radios, de las televisiones. Y aparte de lo que se dice de los chorizos, de sus virtudes, filiaciones, inactividades, dejaciones, etiquetado ambiguo, contundencias de pimentón delictivo o desidias de tripa floja, también está el sugerente e indudable rastro que han dejado los chorizos a su paso por las calles, las plazas, los colegios, los hospitales, las oficinas de empleo, los bancos, las inmobiliarias y un abundante y muy suculento tanto por ciento de empresas... Un rastro indeleble que también vuelve a provocar hambre. Un hambre de locos, a estas alturas de los chorizos. Un hambre nacional. De modo que, con todo el país lleno de chorizos y la gente pasando tanta hambre, incluida el hambre de justicia, ¿qué escrúpulo democrático nos impide cambiar la ley de partidos para hacer comestibles a los políticos? Gastronomía y justicia. Alimentación e higiene. El Estado del Bienestar recuperado. Si nos comiéramos a los políticos con patatas (nos hemos estado comiendo la Constitución con patatas hasta ahora y nadie ha protestado), por fin estarían haciendo algo bueno por la gente. Serían útiles. Y ya que a ellos la política parece que no les da de comer, a nosotros sí. Definitivamente. Se acabó engordar cerdos a cambio de nada. Jonathan Swift propuso terminar con el hambre en Irlanda en 1729 comiéndose a los niños. Una salvajada. Los niños repiten en el estómago. Seguro que no hay ningún político que repita con nuestra modesta proposición.