domingo, 22 de diciembre de 2013

MEMORIA DE PEZ


Un maravilloso chiste de A. ayer, en el Naranjo de Bulnes, y había que pintarlo. 

DE EDUARDO GARCÍA IBÉRICO Y LA ENTROPÍA DE LOS VILLANCICOS PICANTES


Más allá de la derecha y su lucha ejemplar contra el desorden del universo, más allá de la ultraderecha y su legendaria briega contra el vacío en el que tiemblan ateridos los átomos, más allá de Dios, a su infinita derecha, está Eduardo García Serrano. Y tiembla el misterio. Pudimos asistir no hace mucho a sus revelaciones matinales desde las higueras radiofónicas en "Sencillamente Radio" o en "Buenos Días, España", aunque los más veteranos incluso recordarán sus parábolas (balística con metáforas) en las sagradas páginas del blanco y oloroso periódico El Alcázar (blanco y oloroso por extinto). Ahora gozamos de su presencia televisada como tertuliano extraterrestre en "El Gato al Agua", de "Intereconomía", y los creyentes no cabemos en nos con sus intervenciones en los humanos asuntos. Hijo de otro extraterrestre, Rafael García Serrano, exégeta de Franco, a Eduardo García Serrano el totalitarismo le viene de natural en los genes, concretamente en el cromosoma 36, que en los reaccionarios de base es duplo y a él le salió tricornio, y la intransigencia que le caracteriza de un superpoder que tiene en la piel: no sólo puede practicar la respiración cutánea sumergido en el espíritu nacional, sino que también puede realizar la fotosíntesis (de toda una vida) con un póster de José Antonio Primo de Rivera. Y aunque su talla moral es indiscutible, su talla física no, que depende de cómo tenga de sublimado el Alzamiento esa mañana, y eso son unos centímetros más o unos centímetros menos, y unas veces se crece a la vista y otras al oído: no se han escuchado mejores sardinas arengas por la radio desde que Queipo de Llano llamó a la violación de todas las rojas en la guerra civil. Qué soflamas. Qué proclamas. Qué ardor patrio en busca del paleofascismo en el Mío Cid y el Tuyo Nod. Y venga a llamar los trilobites por teléfono a darle la razón. Y venga los apoyos desde el mesozoico. Generales retirados, amigos de Intxaurrondo, nietos de Juana la Loca reivindicando el regreso a la semilla, la quemazón del orden que nos falta como el picor del miembro que le faltaba a Millán Astray, la polla en verso de la falange. ¡Fuera la educación sexual de los colegios! ¡Fuera los maricones de España! ¡A mí la Legión! ¡Viva la cabra! Y el gato al agua... Pero hubo una mañana hace algunos años ya en la que cargó contra los terroristas (faltaría menos) y el pegamento de su discurso atrapó a más moscas que las habituales filofascistas. Durante unos quince minutos estuvo emitiendo unos ultrasonidos de un poder que me dejaron tocado. Sonado. No fui de los que llamaron completamente hipnotizados ("Haz de nosotros lo que quieras: a quién hay que matar"), pero allí ocurrió algo que helaba la sangre. El capitán Nemo tocando su órgano en las profundidades. El populismo más embriagador. El fanatismo de un iluminado y las moscas que se achicharraron tan a gusto durante esos minutos de radio. Y recuerdo que sentí una alarma interior. Aquel tipo era peligroso. Exactamente ése fue el término que me vino a la mente: "peligroso". Como si me enseñaran la foto de un enemigo para no despistarme con él. Para saber a quién iba a tener de fijo en la trinchera de enfrente, si llegaba el caso... Afortunadamente, no he vuelto a oírle ni tan mesiánico ni tan inspirado, y tranquiliza bastante verle perder las formas a menudo, pero si a alguien se le ocurre reclutarlo para montar un partido neofascista a la manera de Austria o Hungría o, mismamente, Francia, tendríamos un problema con el aglutinador de moscas que digo. Otro detalle del menda, y que me parece muy significativo, es que tiene el mismo sentido del humor de un adobe. El típico rasgo de la derecha más rancia y seca. Una risita impostada que tira para atrás y que espero que alerte a las moscas bien nacidas para no arrimarse a esos cantos de sirena azul falange y continúen su vuelo errático buscando sus mierdas de siempre, tan populares como las fascistas, tan populistas como las de derechas, pero sin peana ni cristo que las fundara: la libertad en la que tiemblan ateridos los átomos con los electrones más rojos, y la entropía en un villancico picante. A las cinco de la mañana. Por ejemplo. Dicho queda.

LA MADRE DE BAMBI (3)


3

            Por uso y abuso de maletines y pelos engominados, las diferencias entre un representante, un comercial y un político no son muchas. Tampoco entre un representante, un mánager y un parlamentario. O entre un representante, un apoderado y un ministro. O entre un representante, un comercial, un portavoz, un charlatán, un comisionista y un médium de la soberanía popular: “El pueblo me ha hablado...”. O entre toda esa mierda húmeda y un diputado a secas.
           
            El comercial de tus libertades.

            Sin metáforas.

            El vendedor que está para satisfacer tus necesidades como ciudadano por delegación, representación y encarnación.

            Porque si quieres ser un miembro respetado de tu comunidad, ese será el tipo en el que tendrás que introducirte como en una funda de moto. Ese es el cuerpo social en el que estás obligado a encarnarte a través del voto vudú.  Y ya sabes que la variedad de fundas de moto va a ser escasita, votante. A no ser que quieras encarnarte en un comercial vegano, un comercial camello, un comercial desquiciado en terapia de grupo de elecciones, o alguno en proceso de rehabilitación por consumo de piedras filosofales, los comerciales que te van a ofrecer serán todos bastante estereotipados. Como su propio nombre indica, tipos en estéreo para que suenen lo mismo los girondinos que los jacobinos, y a las mismas revoluciones: ninguna.  Así que elige tu funda de moto con gafas Rayban, elige a tu lechero clon, elige a tu político mellizo, elige a tu representante sarnoso, a tu comercial atildado, depredador y mentiroso en unas elecciones con listas cerradas de muertos vivientes y vividores de la representación... y serás un Hombre.

            Duele que no haya diferencias apreciables entre los comerciales de derechas y de izquierdas, pero no estamos hablando de sueños, sino de vender. Y son las siete de la mañana, elector. Esos comerciales son pedazos de carne entrenados para enriquecerse a sí mismos y a la firma que representan, pero ya sé que en tu temeridad de abrir la puerta a esa hora de la mañana eres tan iluso que necesitas que allí aparezca alguien que te dé buenas vibraciones. Y si no son de sonido, que el timbre es el mismo, al menos quieres que sean vibraciones cromáticas. La llamada de tus colores. Porque tu vinculación ideológica con el lechero impostor busca integrarse en la gama pantone de tu concepto de la Democracia y de la política toda, tu cuento personalizado, azul, rojo, morado, celestito, magenta, rojigualda, naranja o arco iris... Como Picasso, los partidos políticos saben pintarte el monigote político que quieras con cuatro brochazos de demagogia, y ahí aparecerá en tu puerta el ectoplasma, el lácteoplasma, tu Lladró de la Democracia en su cartel de lechero Ding Dong o en su mitin de líder mundial hablándote indudablemente a ti. El comercial que precises. La pastorcilla lechera que deseabas. Tu Miguel Hernández Transformer. Tu José María Pemán Power Ranger. Hablándole a tu corazón de nítidos colores y a tu mundo interior profundo de ciudadano honesto y concienciado. Tu etapa azul. Tu etapa rosa. Tus años de bohemia. Tu consolidación. La paz universal y tú. La vida y nosotros. El comercial y tú. Vótame. Vótanos...

Pero si piensas que un lechero mutante tiene algo interesante que decirte de madrugada, o si piensas que un color te representa por completo, mereces conocer la verdad antes de seguir leyendo, porque si ya es malo que votes a un lechero maquiavélico, lo peor es que tu lechero puede ganar...
           
Y el que desaparece en esa pesadilla de madrugada eres tú.
           
Plop.
           
Se acabó tu condición de ciudadano porque sólo lo eras a condición de que votaras.

El que queda es el lechero.

Tú ya dejaste de participar en la Democracia Lechera y ahora debes asumir tu nueva condición de primo.

Primo en tu maltrecha autoestima, sí, pero puedes consolarte con que también te han hecho un poquito padrino.

Telepadrino.

Por las cosas del voto vudú, acabas de convertirte en el telepadrino candoroso de un trepa con choza en las Cortes, el templo sagrado de la Democracia con leones, a miles de kilómetros de distancia. Y como a todo telepadrino ilusionado, tu voto te da derecho a ver alguna grabación de las redacciones escolares de tu comercial caníbal en la tele, alguna de las pagodas que inaugura con tu dinero en una rotonda de la selva, alguna foto en los periódicos en la que podrás comprobar su progresivo enriquecimiento y cómo se le va hinchando la barriga a tu apoderado antropófago... Y para ya de contar, porque no sabrás más del lechero al que votaste hasta que vuelva a pedirte pasta dentro de cuatro años o, lo que es lo mismo, hasta que renueves tu carnet de telepadrino melancólico.

Abridor de puertas de madrugada.