miércoles, 19 de marzo de 2014

UNA PEDRADA A LOS GRINGOS


El día en que dejamos que los alemanes nos tocaran la Constitución a su gusto perdimos el poco respeto que se nos tenía en el recreo. Que te toquen la Constitución es como si te tocan la cara en una discusión. Peor. Si dejas que te toquen la cara sin responder con otro artículo en la cara de tu contrario, en el recreo tienes las horas contadas, colega. Los alemanes lo hicieron, achantamos la Carta Magna y se nos desencuadernó la autoestima. Sumisión bochornosa de la que tomaron buena nota los otros kíes del recreo, mucho más pendencieros incluso que los alemanes que, al fin y al cabo, sólo querían que les garantizáramos nuestro bocadillo en el patio y a su hora aunque nosotros no hubiéramos desayunado. Kíes como los chinos y los gringos. En uno de esos recreos geoestratégicos nos acorralaron contra la puerta de los servicios y nos amenazaron con una paliza de muerte si nos chivábamos de sus últimas fechorías al claustro de profesores. El asesinato de nuestro compañero de pupitre Couso (los gringos) y la matanza en el polideportivo de todos los tibetanos que estaban en el taller de budismo (los chinos). Y nos volvieron a tocar la cara. Nuestra carita de los domingos para toda la comunidad internacional del recreo y por la que todavía se nos respetaba. Si abusaban de uno de preescolar en los desmontes del campo de tierra, allí estábamos nosotros. Si encerraban a una niña en las taquillas, allí estábamos nosotros. Si pisoteaban los fresones del huerto, allí estábamos nosotros. Y si pegaban a Ignacio, el monaguillo, en el mural de América Central, allí acudíamos a hacer justicia. Universal. Nos habíamos ganado esa fama altruista y ese respeto de bajitos con arrestos, hasta que el mierda del delegado de clase se bajó inmediatamente los pantalones y dijo que no se preocuparan más de nosotros, que habíamos comprendido la lección y que allá los chinos y los americanos con sus asesinatos y sus correrías de matones por todo el colegio que a partir de ya, a la que amañemos una votación en el aula, los españoles calladitos, sordos, ciegos y mudos para lo que gusten mandar los caballeros... ¿Quiénes son esos chavales con la cabeza gacha? Los españoles. ¿Por qué no se junta nadie con ellos? Porque dejaron de ser de ley... ¿Y esos otros rubitos de pelo engominado que les están comiendo el rabo a los chinos? Los delegados de clase de los españoles. Caramba. ¿No les da vergüenza hacerlo en público? Bueno, tienen mayoría absoluta... ¡Eh! ¿Y ese tío encabronado que les está tirando piedras a los gringos él solito? El niño Pedraz. ¡Está loco! ¿No? Puede ser. Esta mañana ha dicho que en el recreo todavía se respeta la Convención de Ginebra y ahí lo tienes... No saldrá vivo del colegio... Saldrá. Y se hará juez. Un juez guapito. De culebrón sudamericano, pero juez. Con un par.