domingo, 17 de abril de 2011

QUE NO MADURE

Leo Messi es la alegría de jugar al fútbol y la alegría de ver jugar al fútbol. Un niño pequeño disfrutando con la pelota y disfrutando con sus amigos. La felicidad del juego con los tuyos. Cuando inicia ese trotecillo de potro al borde del área con el balón controlado, sabes que verás algo valiente, atrevido, nuevo. Una pena que esté en el Barça, pero, chico, sería un escándalo tanta perfección... Así ha sido para mí hasta los dos detalles horribles que le vi durante el partido de anoche. No me ha sido fácil hacerle una caricatura simpática. Los detalles. El primero: su forma de tirar el penalty. Lo hizo con chulería. Al centro y a media altura. De segunda lectura. De listo. De jugador veterano con ganas de picar. De niñato insultando. En el Bernabéu y ante el mejor portero del mundo. Al centro y a media altura. Por ofender. Supongo que se le pasó por la cabeza un tirito a lo Panenka. Pero se cortó. Panenka plus sí, Panenka ortodoxo no. Demasiada provocación. Marcó. Por un pelo, pero marcó. Y sentí que algo se había muerto para siempre dentro de ese jugador genial: el niño chico. Acababa de pasar del placer del juego al placer de la victoria. La competición en sí, con toda su carga de crimen, depredación y humillación. En su cabeza ya había algo más que ganar jugando mejor. Estaba delante del ENEMIGO y él era Leo Messi, el crack. Y de repente el asesino. ¿O qué fue el balonazo que disparó al público en un lance intrascendente en la línea de banda? El segundo detalle. El peor Stoikov. El peor Materazzi. Los nervios sucios del adulto. La violencia de un consentido. Iniesta o Xavi no lo habrían hecho nunca. Ellos son dos adolescentes de matrícula: aplicados, disciplinados, también geniales, pero de cabeza. Messi lo es de corazón y ahora tiene el virus de la madurez atorándole el miocardio. Espero que Pepe no lea esto. Si Messi quiere jugar con los mayores, es probable que se encuentre al defensa esperándole en el borde del área, en el partido de Copa. Un metro ochenta y siete de madurez, Leo. Ahí sólo te salva el niño chico. Del balonazo que le tiraste a la afición y del insulto a Casillas.