domingo, 25 de noviembre de 2012

CRISTOBALITO GAZMOÑO


Por fin el retrato de alguien bueno, aunque la ocasión sea así de triste. Cuando mueren los actores, siempre hay algún personaje que les sobrevive. Cristobalito Gazmoño, por ejemplo. Vivo en la memoria de la gente que lo conoció, y vivo también en mis carnes. Cosas de los nombres propios y de la inevitable crueldad de todas las infancias. Con los años nunca pude coincidir con el artista, por cerrar el círculo y decirle que fue un pelín épico disfrutar con las gansadas de Cristobalito Gazmoño y tener que salir a partirme la cara por él día sí, día también, señor Leblanc, pero que estaría dispuesto a repetirlo. A mi principal antagonista de aquellos descampados y recreos yo le replicaba con otro personaje (algo posterior, pero oportunísimo): Doña Rogelia. Con los años sí pude coincidir con ella y hasta la tuve en mis brazos, pero no me atreví a decirle nada. Ni al muñeco ni a su dueña. De aquellos enfrentamientos a muerte, supongo que por honor, aunque probablemente fuera por ser el empollón de la clase, uno regresaba a casa con la nariz chafada, las gafas en accidente de tráfico sobre la nariz como Mortadelo y la camisa rota y llena de sangre. Nada de extrañar cuando Doña Rogelia era un gigante de pocas luces al que su padre tenía aparcado en la escuela por no dejar ganado suelto en las calles del pueblo. Qué palizas, por favor. Y eso que Cristobalito Gazmoño me pillaba algo lejos. Qué más daba. El empollón debía morir. Y mira que a Tony Leblanc se le daba bien el boxeo. Pero a Cristobalito no. Es curioso ese mundo de los niños cuando se ponen a fantasear sobre enfrentamientos entre sus héroes. Batman contra Spiderman. Los Transformers contra Los Serrano... Sirva esta entrada para resolver la duda de un combate entre Doña Rogelia y Cristobalito Gazmoño. Sirva este retrato con cariño por las hostias que recibí en su nombre como una estera. Con una nostalgia rebeldona y sin pizquita de rencor, maestro. Lo que hace el arte. Descanse en paz Tony Leblanc.