jueves, 1 de diciembre de 2011

CARTA A JOSÉ LUIS SAMPEDRO



Estimado señor:


No he leído ninguna de sus novelas. Al menos ninguna entera. Su "Octubre, octubre" se me quedó apenas en un arranque fugaz de Septiembre, en sus primeras páginas, y no recuerdo el motivo del abandono, así que no me haga sangre por ello, que no hay rencor. Tampoco "La Sonrisa Etrusca", pero esa sí que recuerdo por qué no la abordé: el título era más propio de cualquier mala novela de Antonio Gala que de alguna buena suya, improbable en todo caso, pero por impaciente yo, supongo, y usted por atrevido (para titular mal en este país debería bastarnos con Gala, Luis Antonio de Villena y Zafón; buenos titulando sus operaciones son la Guardia Civil y la Policía Nacional). De sus merodeos senatoriales por la política y de sus indisciplinas y rebeldías de experto arisco en dineros no tengo más noticia que la de haberle escuchado alguna que otra vez en la radio, entrevisto en la tele: un anciano de aspecto afable, lengua irónica, mirada inteligente y distancia de buen boxeador con los periodistas. Lo que me ha acercado de verdad a su figura, si me permite la abstracción de su persona (abstracción, que no idealización; ya idealicé en su día a Phil Collins y luego mira), ha sido el entusiasmo de su prólogo al libro de Hessel y el propio libro en sí, también entusiasta en su rabia y a su modo. A raíz de esas dos revelaciones del entusiasmo y de los otros estados de ánimo igualmente subversivos he tratado de buscarle en los medios (como un torero desesperado), aunque sin mucho éxito. Dosifica usted convenientemente su vida pública, una prudencia que a buen seguro no le impone la edad (mis respetos a su joven esposa), sino la psicología de masas que heredó usted por no empatizar en exceso con el franquismo de entonces: a qué corregir una coma de sus suspicacias con el posfranquismo de ahora. Porque en lo básico, este país no ha cambiado en nada. Ya lo ve: por fin tenemos la libertad suficiente para esclavizarnos por gusto otra vez, como parece. Esa resignación de ciclo histórico. De vacas flacas porque sí y el movimiento de indignación a la contra que ha surgido en todo el mundo, aunque no en las poltronas que debe. A esa indignación me remito, señor Sampedro. Esa indignación popular que usted ha declinado liderar, y hasta asesorar, con una discreción ¿nihilista? Discúlpeme el atrevimiento, pero esos chavales, esos abuelitos, esos parados necesitan una cabeza política íntegra: usted ha sido senador. Necesitan un proyecto de futuro: usted sabe cómo sortear las trampas capitalistas. Necesitan un diseño económico: usted es novelista. Para suscitar la fe de todos los entrampados, alguien que sabe de letras. Para generar complicidad en los parados, entusiasmo en los pensionistas, solidaridad en los autónomos, un hombre que sigue trabajando a los treinta años de su jubilación... Señor Sampedro: usted es el Espartaco que necesita la revuelta de los esclavos. De persistir en su actitud ¿nihilista? será un africano el primero que levante la barricada de "Hasta aquí" y yo el primero en seguirle. ¿Por qué un africano? Me lo dice mi instinto. Son jóvenes, no tienen pasado, no tienen miedo y adoran la vida. Son jóvenes, les han engañado, les han encarcelado y odian el imperialismo. Un africano, probablemente negro, algún licenciado reciente. Un africano nuevo que no sea Franco. Otra vez. Desde Melilla o desde Pontevedra, qué más da. Un africano mejor, decía. O usted. Aunque un Africano y Usted ya sería la repera. Piénselo. Tenemos nueve días hasta que Europa nos vomite, señor Sampedro. Sin más, arriba me he permitido hacerle un retrato verosímil con mi tableta Wacom: para qué quitarle el cerro de años que afortunadamente acumula y sigue, si así es más senador romano que nunca. Verosímil le digo, pero por naturalista, a lo Zola. Recuerde que él también acusó.


Atentamente, un fan.