viernes, 23 de marzo de 2007

SANGRE, SUDOR Y WHISKY


Lo mío con los Spitfire le debe bastante a Churchill, por aquello de ponerse a fabricarlos a costa de cualquier precio y acertar: la Batalla de Inglaterra se decidió en el aire. Los Spitfire y los Hurricane se batieron el cobre con los bombarderos y cazas alemanes que les superaban con creces en número, y aguantaron. Cayeron como moscas, pero aguantaron. Churchill no pilotó ninguno. No habría cabido, probablemente. O no le habrían dejado. Ya metió la pata como soldado en las guerras de los Bóers y en los Dardanelos, por lo visto. Lo suyo era la oratoria grandilocuente, el whisky, los puros y aguantar el tipo. Si Hitler se hubiera encontrado con un político con mejores notas, probablemente hubiera ganado la guerra. Pero no. Se encontró con un cabrón tozudo, hijo de aristócrata inglés y americana a secas (a mí de esa junta me habría salido un croupier), a quien lo de ser ordenado o brillante no le iba en absoluto. Y con la poca pinta de bailarín que tiene, les bailó a los alemanes sin moverse del sitio. Lo que no sabía es que le dieron el Nobel de Literatura. Por sus memorias de la guerra. "Su autobiografía camuflada de historia universal". Tela con el Winston. Cuando murió en 1965 hubo desfile aéreo de la RAF, por supuesto, y Londres entero se echó a la calle para despedirle. Luego su féretro bajó solemnemente por el Támesis y todas las grúas inclinaron la cabeza en señal de respeto. "En la historia de los conflictos humanos, nunca tantos debieron tanto a tan pocos". Va por ti, loco. Y que le den mucho por culo a Chamberlain.

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