sábado, 20 de enero de 2007

BUHARDILLA DE LAVAPIES (1)





SÉ QUE HUBO UN ENTONCES.
Un tiempo valiente y ruidoso, de pocas duchas.
Había imbéciles, pero como ahora.
Había, como siempre, la leyenda de la Gran Barra.
Había, quizá,
un oro más hermoso en los puñetazos.
Una risa de peores dientes, pero mejor risa.
Tal vez ocurrencias de la bondad
que hoy no entenderíais.
Otra manera de soñar una espada.








Sé que viví ése entonces todos los días
y sé que los viví de frente.

Furioso y nuevo,
podías respirar sin problema el olor a pies
del alma de los otros
y podías pedir el whisky más barato.
-¿Para mezclar?
-Conmigo.
Y alguna joya terrible para tu chica,
hambrienta fuera,



desnuda,
riendo.

Fue un dolor magnífico,
de los que hacen época.





Entonces, digo,
cuando lo bueno era dar.
Cuando toda herida era jubilosa.
El amor más perro tiraba fuerte de su cadena
(bajarme a la calle, lamer sexos, juntarme con otras babas)



y las mujeres abrían antes su corazón
que sus piernas y ése era el orden
a cultivar en las cafeterías y en los parques
hasta que una de ellas se quitaba las bragas,
las arrojaba contra una pared,
como se hace con los espaguetis,
y quedaban pegadas.

-Amor -te decía.

La llevabas al piso que compartías con un par de amigos
y le tapabas el número de agujeros
que ella permitiese.

(Dependía mucho de lo que estuviera leyendo;
de si leía o no, también;
de si sabía leer o no, finalmente)

Así era,
hasta que alguna
se retrasaba en la escena de las bragas
y tú pensabas:
-Estoy enamorado.

Y el desastre tenía nombre, y padre,
y familia,
y Domingos.

Al principio no estuvo mal.
Éramos felices como dos cosas.

Lápices felices,
con sus dos lados
y su preparación para la escritura.



Tazones felices,
curvos, útiles,
con su capacidad como una inteligencia más
a la medida de la tila
o del café.

Contentos y verdes como una ensalada,
con su tontería de salud y
su misma brutalidad en la entrega.

No me casé con mi RUINA por accidente,
pero sí viví con ella en un apartamento
de una sola ventana.


(Daba a un solar
y se fue gastando día a día
como un pedazo de tocino;
todo lo que veías por ella sabía a tocino:
el sol, la primavera, las ratas)

En caso de existir
-permitidme la blasfemia-,
yo estaba tan lejos de la Gran Barra
como pueda estarlo un hombre.

Mi dinero y mi amor se hicieron eso
durante unos años muertos.

Algo caliente para comer,
que no caducaran los yogures,
un querernos farmacéutico.

Tocino.



Allí estábamos.
Cada uno con su cabecita destrozada.

Ella y yo,
pensando oscuro como dos muebles por la noche.

Ella y yo,
en una extraña y perversa relación con el silencio
como dos animales recónditos
y
dolidos.

¿Había otra vida después de aquella?
¿Terminaba el Mundo en nosotros?
¿Nos han mentido en las canciones?
¡Hijos de puta, venid aquí!

¿Dónde mierda está Cortázar ahora?
Échale un galgo, "amor".

En los pocos momentos de optimismo
(alguna caricia objetiva,
el brillo fugaz de un flexo sobre el tocino)
pensábamos,
tremendos,
que cuando vinieran las excavadoras gigantes
con sus monos a los mandos
y su moderada muerte,
no habría nada mejor que un cigarro
Que un callarse Que un
Quitarle la piel a una cama
Acuario y madrileña
Y al mundo lo que tuviera de redondo

Aunque no volviéramos a querernos bonito,
al menos follando ciudadanos.

O algo así.






Tampoco teníamos valor para pensarlo en serio.
El espejeo del tocino no duraba mucho.

Los Domingos nos habían rodeado ya.

Las excavadoras las teníamos dentro.
Calladas. Deslumbrantes.
El sabor metálico del cielo de la boca
eran ellas.

Uno puede vivir con excavadoras dentro
-infartado, visitado, sonreído-.
Uno puede decidir que el mejor coño es la mano derecha
y la mejor polla un dedo
-misántropos, desprestigiados, semáforos-.
No es tan insoportable cuando el amor está por las nubes.

Lo único que despierta al mono es la traición.
Y llegas a un punto de tocino que hasta la agradeces.

Sí.
Mi chica emputeció.
Una forma como otra cualquiera de tomar aire fresco.

Supongo que yo también emputecí a mi modo.
Inútilmente.

Y lo dejamos.



Luego las cosas empezaron a despertarse antes que yo
Y la tristeza Y lo que dejaba de nacer por elegir una puerta

O un sendero en alguna boca Alguna boca
En algún sendero
Un cuadrado en un mapa
Más casas de tocino con amigos de tocino
Trabajos de tocino Sueños de tocino
Dinero de tocino
Dioses de tocino pálido y grasiento
En las iglesias y en la mesita de luz
De las putas asesinas de Domingos
En aquellas noches de nortes circulares.

Los escapados
Globos rojos en el cielo
Nunca tienen a su niño exactamente
Debajo
Los azules tampoco
Sin embargo hay novias voladas que sí:
Es un hombrecito paralizado
Y bobo que mira al cielo
Cagado de palomas y novia
Mientras la vida sigue sin él

Mi mujer se casó por fin.
Pero con otro.




Y llegué polvoriento de ella
a una casa que no sabía a tocino.
También por fin.

Una casa enorme,
con ventanas de haber visto mundo.

Alguien había encendido
Lo previo
El futuro
Mi orgullo cansado
Mi insuficiencia
Como un don de barrio Una orquesta pobre
Que ataca un aleluya de calles sucias De ofertas de edredón
De salida de los colegios y así

Que no venga nadie a tu casa
Que te dejen que no haya nadie y puedas
Trocearte la cabeza en niños y disparos Que puedas
Desayunar un tonto patético
Reírte un destino fosforescente y venenoso
Entre madalenas y alcohol y soledad y
Algún taxi que huela a libros viejos
Te enseñe una ciudad bombardeada Una
Raya de carmín en el cielo Alguna forma antigua
Y sagrada de bienvenida. Algo para comenzar.
Algo para desandar el desamor,
desandar las bragas,
desandar hacia delante la vida infamada
y ponerle piso.



Una Buhardilla en Lavapiés.

Ahora soy tres veces feo y una guapo.
Soy de hielo.
Infrecuente.
Un cabezazo en tu plato preferido.
Apúntame en tu lista negra
porque pienso imitar todo lo que vuela
y estalla.
Nunca he muerto.
Dame tu mano y te daré la mía.
Dame tu frente y me la comeré.
Paseo entre vosotros como una cola de gato
y de la hierba y de los andamios
y de las manchas
surgen canciones temblorosas,
brillos pánicos,
hermosas heridas buscando cuerpo.
Paseo invulnerable y mi sombra es de lata,
de matojo,
de mechero tirado.
Paseo entre vosotros como uno menos
y hay una ternura exquisista de posibles crímenes.

Yo he visto el número de los fulminados por una palabra,
toda la música prometida, indolora.
Yo sé de qué madera está hecho el violín de madres
que nos serrará el corazón.

Lo otro ya pasó.




Ahora amo duro.
Vivo duro.
Entro en las almas
en burro,
como Dios.

Ya no es nada como entonces.

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