martes, 24 de marzo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS EN ALGÚN LUGAR DE LAVAPIÉS (11º DÍA DE CUARENTENA)


A estas alturas del confinamiento debemos de estar cogiendo un tono de piel raro. Como mínimo, bronceado de submarino tras once días sin emerger a la superficie. Subimos el periscopio para aplaudir todas las noches a las ocho, pero, tras unos minutos, otra vez regresamos de vuelta al camarote y al silencio de las profundidades. Habrá quién esté haciendo su propio viaje interior con mucho yoga, mucha introspección y mucha meditación, digo aquí abajo en la soledad íntima del submarino, cada uno con su propia batalla naval, pero creo que la marinería en general sueña -soñamos- con bares abiertos las 24 horas en algún puerto canalla. Y sin puerto.

Yo, que siempre había intuido que tenía un "mundo interior profundo" (y dale con el submarino)... ¿Seré de verdad tan simple? ¿Por los bares? Ahora mismo dejaría de escribir por tomarme una cerveza en cierto bar y con cierta gente, así que podéis dejar de leer si queréis. No hay nadie serio a los mandos.

Serio no, responsable sí, pero de mierda. Un responsable de mierda, como el soldado sin graduación que limpia las letrinas porque no vale para otra cosa o lo están castigando por algo. Responsable sí, porque con los gestos y los detalles que oigo y veo por ahí la responsabilidad te sobreviene y te cae encima y tú la aceptas en lo que vale y en lo que pesa y porque no se diga que el hijo de tu padre y tal y tal y tal, pero no he estudiado medicina ni primeros auxilios, sino una carrera absurda, con lo cual no sirvo ni para poner una tirita con garantías de éxito: luego seré responsable, pero de mierda... Un lastre. Como diría Woody Allen, en una guerra no valdría ni de prisionero.

Volviendo a la terminología bélica, están cayendo los sanitarios como pajaritos y se te parte el alma. Es una forma de hablar, lo del alma, sin embargo algo ocurre por ahí en esos adentros cuando te sacuden con sus cifras en el combate. Seré muy influenciable. Sin alma, pero influenciable. Para la gripe y creo que para al catarro común los sajones utilizan el término "influenza". Tampoco debo de ser muy "influenzable" cuando no me he cogido un mal resfriado en todo el invierno. Influenza, segunda división, coronavirus, puestos de cabeza de primera. La Champions se la dejo al ébola o al gas Sarín, por ejemplo. No hay que darle alas a un virus que salió del sobaco de un murciélago sin estudios y que solo habría valido para el campo y hacer un par de recados si no llega a salir de su pueblo a conocer mundo, el hijoputa.

Los alemanes todavía no tienen prohibido salir a la calle sin justificación alguna a pasear, incluso de dos en dos, salvando la distancia de seguridad de un metro y medio. ¿Un metro y medio? Creo que los alemanes no han caminado tan juntos en su su vida. Mucho menos los matrimonios o los novios.

Los italianos siguen sin levantar cabeza. Todos los días tengo la tentación de gritar a las ocho en el balcón "Forza Italia!" para que no nos olvidemos de ellos, pero al final me corto, no sea que no se aprecie el gesto como cariño hacia ellos sino como traición a los nuestros. No lo sé. Si ves a sus sanitarios, gastan el mismo aire y el mismo atuendo que los españoles. Puede que lo dé el Mediterráneo.

Muere el tercer Guardia Civil. Pobres, siempre al pie del cañón.

Alguien hará en su momento el estudio de las bajas por profesiones. Por ahora la profesión que más muertos acumula es la de Mayor de setenta años.

Me pasan un vídeo con la solidaridad de un restaurante español de carretera, el típico al que solían acudir los camioneros cuando estaba abierto. Es de noche, probablemente de madrugada. El que graba el vídeo se va acercando a la entrada del local cerrado. En sus cristaleras hay mensajes escritos para sus antiguos clientes. El gobierno les prohíbe atenderles en persona como es debido, pero no les prohíbe seguir pensando en ellos, los camioneros. La cámara recoge la presencia de una pequeña camioneta iluminada y con su carga convertida en un esmerado y brillante mostrador con nevera incluida. De regalo, a disposición de cualquiera, refrescos de todo tipo, agua embotellada, bollería y abundantes termos con café y leche. En otro cartelito se lee: "No admitimos dinero". El camionero que graba el vídeo muestra su camión recién aparcado, vuelve a enseñar la pequeña camioneta y la fachada del restaurante... Entonces se emociona y comenta que todo el país debe conocer el gesto de esa gente pensando en ellos y en las fatigas de la ruta... El restaurante-cafetería se llama "EL HACHO", está en la carretera A-92 entre Sevilla y Málaga, km 113... Y ya lo conocía... Desde Sevilla, camino a las grabaciones que hacíamos en el plató de Mollina, Antequera, he desayunado alguna que otra vez en ese sitio de Dios... Dentro, una gran barra rectangular con isleta para cafeteras, veteranos camareros andaluces con mandiles distribuidos estratégicamente, y con la misma disposición táctica y estratégica, impresionantes aceiteras con dos o tres cabezas de ajo al fondo para las tostadas. Una maravilla en todos los sentidos. Por eso doy su ubicación exacta. Por todos los sentidos y por si alguno siente la alegría futura de recompensarles con una visita cuando acabe todo esto...

Me lío un cigarrito sentimental y salgo a aplaudir.

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