sábado, 21 de diciembre de 2013

LA MADRE DE BAMBI (2)


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            Cualquier pequeño error tiende a los agujeros negros del espacio como cualquier resfriado tiende a la muerte. Cualquier Democracia tiende a su asesino de masas reinsertado como cualquier partido político tiende a su líder populachero e imputado. Cualquier tribu tiende a su alcantarillado y a su propia wifi con Dios como cualquier comunidad de vecinos tiende a su rifa, a su tótem de orejas cortadas en el patio interior, y a su dictadura. En esta sublimación del miedo a la noche que es un país con fronteras y alumbrado público, en esta metáfora del terror cívico –no hay ningún “buen salvaje” bueno fuera del cercado-, es donde se pasa de tener modales en la mesa a tener una Constitución que vigila tus modales en todo el territorio sobre el mantel de la Democracia con bordados de concertina. De acuerdo, parece un avance indiscutible cambiar los modales por una Constitución, pero, salvo en alguna viñeta de Calvin y Hobbes, no he visto nunca a un Tiranosaurio Rex comer con cuchillo y tenedor (a los herbívoros sí que los he visto masticar lentamente,  pero eso es una cosa entre Spielberg y yo), ni a ningún caníbal comerse a un explorador belga sin ponerle los codos en el estómago. Sí, regular la conducta en la mesa de toda la cadena trófica parece un loable intento por que no lluevan los curruscos de pan o que no sean muchos los que enseñen los molares al masticar, aunque todo concluya en una emotiva extrapolación de la decencia y de la urbanidad en privado, y con un montón de tiempos verbales en subjuntivo, pero sin la policía de por medio, sin la policía de por miedo, y pese a ese correo electrónico de un millón de voltios que se envió a toda la población en 1978 (también conocido como el Emilio de la Carta Magna, correo al Buen Salvaje, asunto Contrato Social Indefinido, no es Spam), la gente sigue ateniéndose exclusivamente a cuatro o cinco reglas básicas de comportamiento ciudadano, estén o no en los estatutos del patio de vecinos: no aburrir en las sobremesas, no abladir clítoris en público, no robar en tu barrio, no matar en general, no envidiar hasta caer enfermo, no llevar el pelo por debajo de las rodillas, no contarle a nadie lo que ganas... Y poco más, así de asertivo... En la práctica, lo Otro, aunque en letras góticas y flanqueado por maceros, sólo es folclore popular y apenas sirve para amenizar las frías noches de invierno de la convivencia. “El mendigo sabio”. “La castañera bondadosa”. “El hombre hecho a sí mismo”. “El merendero barato”. “La urbanización tranquila”. “El multimillonario pobre”. “La justicia universal”. “La igualdad de derechos”. “La soberanía popular...” Ese vaho de la Democracia ideal. La Carta Magna como una saga celta en la niebla (y el millón de voltios). La Constitución como mitología de bar (y la música de las tragaperras, premio especial). Un precioso catálogo de IKEA de mitologías de bar, como decimos, y su manual de instrucciones: “Hipnotícese a sí mismo”, casi primero, y luego “Hágase usted mismo su estantería para guardar la colección de Cuentos de la Democracia”, ese ordenamiento. Aquí tiene la llave “Allen” con la que remover su gintónic de sueldo medio, que esta noche se va a acostar usted con la Reforma Laboral y mañana se va a despertar debajo de un puente y con un antidisturbios Triceratops de despertador al lado. Contemple la bonita foto del Estado de Bienestar ya montado. Consiga las baldas en nuestros pasillos de matadero con hilo musical. Por un poco más, se lo desmontaremos en su domicilio. También desmontaremos su domicilio. Y su jubilación.

Entre esas mitologías de bar, mi preferida es la de la llamada a tu puerta de madrugada, esa imagen terrorífica de libro infantil para adultos. En Democracia, es el lechero. En otra editorial para niños chilenos o exsoviéticos, es un tanque. Si respetas los Derechos Humanos, debes preferir que ese pánico te lo provoque el lechero, aunque sea él quien no respete los Derechos Humanos a esa hora. Todos los políticos conocen la potencia del “Tanque Madrugador” y dan por hecho que ese pavor es lo que más empuja a la gente a las urnas. Huyendo de las cadenas. Del tanque y de las otras. Por eso aparecen con sus mejores caras de lechero en las fotos de las campañas electorales. Sus mejores caretos antitanque en una valla. Sonriendo. Mírame: con este Photoshop el tanque se lo piensa dos veces. Mírame: soy todo lechero a las siete de la mañana. El hijoputa. Un tipo que, si se convierte en presidente de lo que sea, te promete que a partir de ese momento va a amanecer por votación a mano alzada y con una subvención a la energía solar (aunque luego sea al revés), que el sol es amigo de los lecheros, mismamente de la Vía Láctea, y todos los días viene de Erasmus...

            No te lo crees y no vas a votar a nadie. Y te conviertes en un asesino mental en serie de lecheros, y hasta piensas mal de las lecheras (vehículo de leches y cónyuges por igual) cuando te persiguen hasta la puerta de tu piso okupado, por antisistema, por tu propio bien, por poco antitanque: qué te pasa, chiquillo, qué te pasa, me dicen en el Congreso y me preguntan en mi casa. Porque ellos son los demócratas llamando al timbre a deshoras, pero el subversivo eres tú, lo mismo que los carteles y los pósters que requisan de tu cuarto, culpables todos de apología de un mundo sin lecheros, y los grafitis que tapan con pintura gris en tu muro de las lamentaciones: “Photoshop manipula”, “Amanece que no es poco”, “Madruga tú”.

            Y estás fuera. De ti mismo y de la política. Te indigna todo, todo te ofende a la inteligencia, y esa no es forma de externalizar una discrepancia en la mesa de la Democracia ahora que estás viendo la desfachatez de todos los platos minimalistas de la nouvelle cousine, cada uno junto a su cocinero-lechero gordo, y la gente pasando hambre. Pero por demás, fuera de las cosas de comer, tu programa político de tachar un tanque con un aspa roja es demasiado simple para que lo puedan aceptar los lecheros sociólogos que vienen de entrenarse en la pista americana de la psicología de masas indecisas. Por ahí no, caballero. Hay una estructura. Un sistema. Unos clubs de lecheros. Unos partidos. Un respeto. Y son las reglas del juego...

O los lecheros o nada.

Es el pecado original de la Democracia y hay que lavarlo con el bautizo en la pila electoral.

Así que estás obligado a dejarte representar por los lecheros en el parlamento, como Dios en el cordero, aunque a ti la leche no te guste ni condensada en los Derechos del Niño.

            Corderos hablando en misa y lecheros hablando de la reconversión de los astilleros en el congreso.

            Lo que viene siendo un diputado.

Pero que te reencarnes en diputado es el sueño de una madre, no el tuyo.

¿En serio que no quieres poseer a un diputado por dentro? ¿Manejarlo como Koji Kabuto a Mazinger Z? Tú a los mandos de un lechero gigante, chaval... Imagínatelo. ¿O no es así como funciona el tema este de la encarnación? Encarnación no. Lo llaman representación. Democracia representativa. Como un salón sólo para las visitas.

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