miércoles, 13 de enero de 2010

EL TEO

Hay crímenes cuya repercusión viene determinada por la contundencia de sus cifras. El redondeo de su matanza. El millón de muertos de nuestra guerra civil. Los seis millones de judíos de la II Guerra Mundial. Los 8.000 musulmanes bosnios de Srebrenica. Franco. Hitler. Mladik. Leónidas II también llevó a la muerte a un número redondito. 300 al matadero en las Termópilas. Pero ahí parece que fue por una causa justa: darle tiempo al resto del ejército griego para que se reagrupara frente a los persas. Un honroso sacrificio en vidas humanas. Teodoro García Simental, El Teo, de Tijuana él, también ha llevado a la muerte a 300, y también por una causa justa: el control del mercado gringo de la droga. El Teo, o el Tres Letras, le encargaba a su lugarteniente, El Pozolero, que disolviera los cadáveres del honroso sacrificio en sosa cáustica. El apodo de El Pozolero le venía al hombre por la graciosa semejanza de su tarea borradora con la gastronómica de hacer "pozole", una típica sopa mejicana de carne cuyo maíz se hierve dos veces: la primera con algo de cal (para disolver la cáscara), y la segunda ya para comer y con el resto de los ingredientes (chile, aguacate, al gusto). Sopita de pozole todos los días por seiscientos dólares a la semana. Trescientas piezas de carne humana para la sopa. A pura bala. El Teo, manito. Por lo visto el pozole es una sopa mestiza de los tiempos de la conquista. Los aztecas le echaban carne de sacrificios humanos. Los españoles trataron de mejorarla echándole carne de perro. Luego la cosa fue empeorando con pollo, cerdo, esas degeneraciones. Pero un clásico, El Teo. 300 en fila y para el perolo (en bidones primero y luego a una fosa). Su caldo. El País es el más explícito. Y su foto escoltado por la policía federal mejicana produce un inevitable escalofrío. Menudo es el menda. El Teo. Gordo hasta decir basta y con esa cara de no tener nada dentro de su cabeza deforme. A lo mejor, únicamente los pasos de una dieta. Que le analicen el estómago, como a los tiburones capturados. Sin matarlo. Que se lo hagan a lo vivo. A lo puro macho. En el interior de esa indecente barrigota (toco madera por la mía) veremos un par de matrículas de California y los restos de tres o cuatro espaldas mojadas, tres o cuatro panchos. Los últimos de trescientos. Y un eructo del Teo. Qué mundo, cojones.

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