jueves, 29 de marzo de 2007

ESCAPARATISMO


El escaparatismo es disciplina de buhonero sentado, de tendero pescador. Al cebo se le coloca un brillo, un precio, y el besugo pica. Sólo hay que poner el escaparate en una ribera con agua corriente. En los barrios ricos hasta muestran el bidet a la calle y ni les importa que se vea la caña, el hilo y el dueño hijo de puta que maneja el arte desde el mostrador: siempre pica algún chocho. Ahí el escaparatismo pierde mucho de emboscada, pero la ciencia del imán sale ganando. Sean joyas, zapatos, telas o pieles, esos labios mayores se pegan al cristal como ventosas, y no siempre en metáfora. Ahora bien, hay escaparates empozados y verdosos expuestos a un agua que apenas corre, también empozada y verdosa. Los habrá más siniestros en Madrás, en Darfur, en Iquitos, pero los más elocuentes son los escaparates de Lavapiés, el off-fashion. Nichos de producto presente sobre oscuras telas polvorientas. Teteras de alpaca dormitando ante el lento desfile de los besugos panza arriba, tocones de carne seca de vaca, zapatillas nuevas viejas, bolsos pensados para llorar debajo de un coche, guantes de fiesta sin nadie, fundas de móvil como sudarios de juguetes rotos, colores fantasmales solidificados en un pañuelo, pálidas maniquíes engañadas, lámparas con la sombra del cierre metálico tatuada en sus tulipas. Y las bragas estiradas por dentro con el corrector dental de Mazinger Z en el escaparate de una mercería española. El escaparatismo en Lavapiés es disciplina de desahuciados, de malabaristas paralíticos. En esta feria de muestras, todo es tapadera. Y lo que sospecha la policía: tenderos con doble vida. Sacad una foto a cualquier escaparate de por aquí. Os sale velada.

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