jueves, 22 de febrero de 2007

DE ESCULTORES, ESCULTURAS Y CABEZAS






Visto y oído en la tele: después de recibir alguna que otra paliza vergonzante, Ramón y Cajal frecuentó con empeño los gimnasios hasta adquirir una musculatura capaz, disuasoria y visible de lejos. Unos brazos y un torso de los que te ahorran problemas sólo con tenerlos. Y cosas de la vida, peleas no hubo más, pero esa premeditada fortaleza corporal le salvó de morir de disentería en la guerra de Filipinas. De ahí que la escultura que hay frente a su hospital homónimo en Madrid tenga un entretenido aire a Sean Connery. Aspecto de galán antiguo, maestro chino de artes marciales, y un cuello de toro de aquí. Ramón y Cajal, premios nobeles y culturistas, el 007 de las neuronas en busca del impulso nervioso. Pídele prestado el microscopio, pero devuélveselo por la cuenta que te trae.




Y así, otro premio nobel español, Severo Ochoa, tiene una escultura en la que se asoma cabreado fuera de la ducha a ver quién leches le ha quitado su champú de fosforilasa. No en vano su nombre completo era Severo Ochoa de ALBORNOZ (no pasa nada, Gregorio Marañón era Posadillo de segundo).


Otro despropósito de escultura es la de Doña Emilia Pardo Bazán, nombre gordo donde los haya, y ella que lo disfrute. Cómo trataría de disimular el artista la gordura de la seña que la acabó resaltando aún más. A mí siempre me ha parecido que la cabeza de Doña Emilia está tratando de salir con todas sus fuerzas de una especie de trampa de ropa. A desnudarla se dice que la ayudaba mucho Benito Pérez Gáldós, canario de infinita paciencia.


Y como se ve, al hombre no le quedó muy buen cuerpo después de eso. Pregunta a los escultores que aceptan estos engarguitos: ¿Alguna vez los artistas e intelectuales podrían tener algo más que cabeza? A que si os pide una escultura Tarzán...

Foto Gavilan-Edu

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