martes, 23 de enero de 2007

EL MUNDO ES UNA BOLA (1)



Sí, su pizza está fría, y yo, pero es que mi moto respeta semáforos y de esos rojos vienen estos azules helados en su ovni tres quesos, señorita que no dará propina. También entiendo que de la unión del retraso con esta baja temperatura surja tras la puerta el rostro energúmeno de su novio con una bufanda del Real Madrid en el cuello, ese tobogán por el que se desliza la conocida expresión “no te pago” con la que, probablemente, vuelva a jugarme el trabajo. Pero entienda usted también, amable imbécil en bata, amable troglodita en bufanda, que no nos ponen una sirena en el casco para salvar vidas de sedentarios con lonchas de píldoras calientes, tres quesos (caducado, sólo maloliente, fétido) o tres champiñones (los que hay). De modo que me paguen. Y tampoco. Pues me llevo la pizza. Y tampoco. Pues llamo a la policía. Pues llamo yo a la empresa. Pizza gratis por la espera, como en los retrasos del AVE (que jamás llega frío ni a Sevilla ni a Madrid) y este que lo es, de vuelta a la calle en un barrio dormitorio que acaso consta en el plano desde hace bien poco gracias a la temeridad de algún chiflado aventurero que puso banderín de esto se va a llamar, por ejemplo: “Barriada de Nuestra Señora de algo, calle Val de lo que usted quiera”, queda descubierta esta mierda.
Y la moto, sin el cajetín que traía.
-¡Yo me cago en vuestra puta madre, cabrones!
Al aire helado de la noche, sin madre ni cabrones presentes, sólo por reivindicar.
Pero es que también le han quitado la alfalfa a mi caballo pinto (rojo y blanco).
-¡En vuestra puta madre y en vuestros ojos, mariconazos!
Subo otra vez hasta el tercero y la mirilla se abre como el ojito en el que me cagué abajo, con precaución y silencio.
-Me han robado. ¿Puedo usar su teléfono?
De ninguna manera. Trampas, las justas.
-Me han quitado la gasolina y el cajetín de la moto, por favor...
Un triangulito minúsculo de pizza tres quesos surge por la rendija inferior de la puerta: “Su porquería, gracias”.
Piadosos hijos de puta.
Sé que las hacemos delgadas (“Lo poco gusta; lo mucho cansa”; aunque también “La nada espiritualiza”), pero parece que, efectivamente, no les he traído una pizza, sino un sarcasmo.
-¡Yo no tengo la culpa!
Con todo, esto no lo sabían abajo.
Unos dos kilómetros más tarde encuentro un teléfono público destrozado y unas sombras que me rodean.
Sólo daré mi número de repartidor, mi graduación y mi sueldo.
Un despistado coche de la policía me salva justo cuando las sombras se estaban convirtiendo en dos tipos con aspecto preindustrial.
-Gasolina no podemos echarle, pero le llevamos.
-La moto tiene que venir conmigo. No la voy a dejar aquí.
-Esto es un coche zeta, no un coche zoco.
Me fijo detenidamente en la cara del agente que habla así, no por el chiste idiota, sino por la voz nasal.
Imposible que lo sea, pero lo es.
-¿Bermejo?
Bermejo, tal cual.
La moto asomando de cualquier manera de la boca del maletero y Bermejo que se sacó las oposiciones a la escala básica después del instituto y ya ves.
-¿Y tú qué tal?
El casco en el regazo como un huevo de intemperie y mi moto en el maletero como un perro muerto, pero Bermejo pregunta.
-Triunfando, Bermejito, triunfando –le digo desde el asiento de atrás, al hilo de unas vaporizadas lágrimas de risa amarga que me brotan del entresuelo de las gafas.
-Tú siempre apuntaste más alto, macho...

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