domingo, 21 de enero de 2007

CURAS CON INHIBIDORES DE FRECUENCIA





A las madrugadas de sábado y estufa les crece Schubert en los rincones y Wagner en las ventanas. Ahí fuera Marruecos y España están jugando a ver quién muere antes. Alguno rematará con la cabeza la campana de misa del domingo. Hasta puede que el cura también esté de copas. Sí, esos gritos son suyos. Qué ecuménico todo. Los curas hoy en día casi pasan desapercibidos. Es como si el Vaticano les hubiera proporcionado a cada uno un inhibidor de frecuencias para que la gente no les insulte por la calle. Por envenenadores, pederastas y ladrones. ¡Ya me ha llegado el inhibidor! Buenos días, don Matías. Un papa de paisano debe de ser más vicario aún, si cabe. La Ciudad de Dios, San Agustín. Dicho como exabrupto suena mejor: ¡La Ciudad de Dios! Madrid. Los indígenas sabemos que la hora más peligrosa de Lavapiés ronda entre las siete y las ocho de un Domingo por la mañana. El alcohol y el fracaso se juntan feo en las caras y en las barras y en las esquinas y en las miradas que te están diciendo “necesito un final de mierda con pelea, sangre, madres muertas y policía”. Y a veces es uno el que sale así a la calle. Mejor me pongo a los Clash y me aprieto el cordoncillo del pijama para sentirme un tipo duro. Oigo la primera sirena de policía y me tranquilizo. Los indígenas también sabemos distinguir perfectamente entre sirenas de policía, ambulancia y bomberos. ¿Qué ha pasado con las alarmas antirrobo de los coches? Hace tiempo que no se oyen. Les han puesto valium en el anticongelante. London Burning.

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